En el año 989 se instauró la Paz de Dios y así se institucionalizó la formación sociopolítica conocida como feudalismo en Francia, en Inglaterra y en todo el Imperio Carolingio (o Sacro Imperio Romano). En el sistema feudal, el señor de un territorio garantizaba la seguridad y la protección de sus vasallos, quienes, a cambio, trabajaban para él y así le proporcionaban un excedente de bienes que permitía atender sus necesidades y las de su séquito. El feudalismo fue el sistema que durante los siglos medievales configuró la estructura jurídica, económica y social de la mayor parte de los países de Occidente.

En este contexto de ascenso del feudalismo, apareció la escolástica, que tuvo su origen en las escuelas fundadas en el Renacimiento carolingio y se desarrolló plenamente a partir del siglo XI. La escolástica fue la filosofía que surgió a partir de la enseñanza que se impartía en las escuelas monásticas; una filosofía cristiana que tenía como tarea ordenar de forma comprensible el conjunto de dogmas que los Padres de la Iglesia ya habían elaborado. Los escolásticos protagonizaron la cristianización del centro de Europa e hicieron posible la configuración de la actual Europa occidental.

Los escolásticos estaban convencidos de que ya poseían la verdad, por lo que no se planteaban como objetivo buscarla con las mejores herramientas intelectuales. La verdad ya se poseía y cualquiera tenía acceso a ella: era la verdad sagrada de la revelación divina. Lo que ellos intentaban era fundamentar esta verdad e interpretarla a través del pensamiento racional. El propósito de los escolásticos era profundizar en el conocimiento de las verdades de la fe a través de la razón, sistematizando los contenidos de la verdad sagrada mediante un método filosófico. También trataban de rebatir con argumentos filosóficos las objeciones que la propia razón podía esgrimir contra esa verdad sagrada.

Estos objetivos se pusieron en práctica mediante el seguimiento de determinados métodos, especialmente el método que consistía en contraponer alegatos a favor y en contra de una determinada cuestión, lo que implicaba largas discusiones cuidadosamente argumentadas. Esta estrategia se designaba pro et contra, o bien sic et non, expresión que coincidió con el título de la obra de un escolástico eminente, Pedro Abelardo.

Pero ¿en qué se fundamentaban los argumentos de las discusiones escolásticas? Tal y como corresponde a un contexto cultural de trasfondo platónico, agustiniano y con la mirada en las alturas, los pros y los contras respecto a una determinada cuestión no eran argumentos derivados de la observación empírica o de un análisis abierto, sino más bien razonamientos basados en la Biblia o en obras de pensadores cristianos anteriores.

1.La cuestión de los universales

El tema de los universales fue una de las preocupaciones centrales de la época medieval. Pero se trata de una cuestión mucho más antigua, pues Platón y Aristóteles ya reflexionaron sobre el tipo de realidad que tienen las ideas:

*Platón les atribuía una existencia independiente de las cosas, de las que eran la causa.

*Aristóteles afirmaba que las ideas existían precisamente en las mismas cosas, eran su forma.

Caballo, árbol, casa son nociones genéricas, son universalia, términos abstractos que designan muchos individuos concretos. En la vida cotidiana, vemos los individuos concretos designados por los términos abstractos o universales. Sin embargo, no vemos los universales; esto nos conduce a plantearnos en qué consisten, cuál es su realidad.

Así, la cuestión de los universales es la pregunta sobre el tipo de realidad que existe detrás de una expresión universal como león, hombre o círculo. Los escolásticos reconocían distintas posibilidades de abordar la respuesta a esta pregunta. Estas son el realismo, el conceptualismo y el nominalismo.

-Realismo. La primera respuesta corresponde a una posición de tipo platónico, según la cual el universal es una esencia o sustancia separada del individuo singular y existe independientemente de la experiencia humana. A esta respuesta se la ha llamado realismo, porque afirma la existencia real de las ideas.

Así, pues, cuando s afirma algo propio del universal hombre, lo que se afirma se da en todo particular existente; y si, según la Biblia, fue la humanidad la que cometió el pecado original, entonces todo hombre concreto participa de esta tara inherente a la naturaleza humana. Así era como la postura realista explicaba que todo hombre naciera afectado por el pecado original.

Los universales tienen una existencia extramental; es decir, tienen existencia propia fuera de la mente humana que los piensa, ya sea en las cosas concretas o en la mente de Dios.

-Conceptualismo. La segunda postura afirma que, ciertamente, los universales existen, pero como ideas abstractas dentro de nuestras mentes. Son conceptos que solo tienen existencia real dentro de la mente de quien los piensa.

-Nominalismo. La tercera corresponde a la posición nominalista, defendida por Roscelino de Compiègne en el siglo XI. El nominalismo afirma que solo existen las cosas singulares o individuales. Los universales son simples nombres que los seres humanos inventan para designar una pluralidad de cosas individuales con cualidades parecidas. Por lo mismo, no existe la humanidad, únicamente existen seres humanos concretos. Esta es una más de tantas palabras sin ninguna realidad detrás.

2. El argumento ontológico.

El problema de los universales no fue la única cuestión que interesó a los escolásticos; también se esforzaron en discernir si era posible demostrar racionalmente la existencia de Dios. San Anselmo de Canterbury (1033-1109), en la época de formación de la escolástica, fue el primer pensador creyente que sintió la necesidad de demostrar la existencia de la divinidad por medio de razonamientos.

En tiempos de san Anselmo, algunos pensadores afirmaban que la razón tenía que subordinarse totalmente a la fe. Por otra parte, otros filósofos valoraban positivamente la razón y afirmaban que los contenidos de la fe debían ser probados racionalmente. San Anselmo presentó una posición intermedia entre ambas corrientes, que puede sintetizarse con la expresión fides quaerens intellectum (que significa “la fe busca comprender”). Así, partió de la fe, pero de una fe que se proponía entender. Anselmo acentuó la necesidad de empezar desde la fe, pero se opuso a una fe ciega.

A Anselmo se le recuerda sobre todo por su famoso y polémico argumento sobre la existencia de Dios, conocido como argumento ontológico. Para demostrar la existencia de la divinidad, su realidad, insistió en que esta se desprendía de la idea misma de Dios. De esta forma, su argumento se enmarca en una posición realista respecto a la cuestión de los universales:

“Cuando el incrédulo niega la existencia de Dios, hemos de pensar que se hace una idea de lo que esta palabra significa y, por tanto, que entiende algo por Dios. Entiende que Dios es un ser tal que es imposible pensar en otro mayor que Él. Pero, seguidamente, el incrédulo piensa: “Es lo más grande pensable, pero solo existe en la mente”.

“Ahora bien, si lo más grande pensable solo existe en mi mente y no en la realidad, entonces podríamos pensar en otro mayor que este que es lo más grande pensable; ciertamente, podríamos pensar en otro que existiera no solo en nuestra mente, sino también en la realidad”.

Anselmo quiere mostrar que el incrédulo, cuando afirma que Dios es lo más grande pensable pero niega su existencia, se contradice. Lo más grande pensable, además de existir en el pensamiento, tiene que existir realmente; si le falta la perfección de la existencia, su grandeza ya no es completa, ya no es lo más grande que podemos pensar.

 Este argumento ontológico es un argumento a priori, es decir, parte del concepto de Dios y extrae deductivamente consecuencias lógicas.

Con este argumento, Anselmo quiere demostrar que el ser humano que no tiene fe es un insensato, porque cuando afirma que Dios es lo más grande pensable pero niega su existencia, se equivoca. Según Anselmo, su argumentación lógica deductiva conduce a aceptar como evidente la existencia de Dios.

Pero ya en tiempos de san Anselmo, el fraile Gaunilo rechazó el argumento ontológico, afirmando que Anselmo pasa del ámbito lógico (donde existe la idea de Dios) al ámbito real (donde se afirma que Dios existe) sin justificar este paso. Según Gaunilo, el hecho de imaginar algo perfecto no implica que este algo exista; yo puedo imaginar unas islas paradisíacas que tengan todas las perfecciones, las islas Afortunadas. Pero, aunque yo las imagine, las islas Afortunadas no existen.

(AA.VV. Historia de la Filosofía 2. Editorial Edebé. Barcelona 2016)